martes, 1 de noviembre de 2011

La caída de Satanás y el dolor de Dios.



En el capítulo IV de su libro titulado: “El diablo”, Giovanni Papinni expone magníficamente una cuestión que a mi parecer, sólo él, como ateo reconciliado con la fé, podría haber profundizado.

El hombre con frecuencia acude a dios pidiéndole dones, salvación y misericordia, dice éste, pero: ¿acaso alguien ha notado su falta de solidaridad para con el ser más dolido de la historia, al más afligido, nuestro Padre ancestral? Para abordar ésta y otras más interrogantes rescatemos una de las versiones más fabulosas que ofrece Papinni, algunas páginas antes, acerca de los motivos que impulsaron la rebelión de Satanás.

El argumento comúnmente usado para justificar la rebelión contra el cielo es la envidia y los celos que sintió Satanás hacia la magnificencia del Creador, pues, dirían los teólogos: quería suplirlo, arrebatarle el trono celestial. Sin embargo, si aceptamos que dios en efecto es el único ser revestido de perfección, no es difícil imaginar la distancia insuperable que existe entre éste y todos los demás seres, incluidos los ángeles. Lo mismo es concebible si traemos a relucir otro de sus atributos: el de ser Todopoderoso. Prueba de ello es la inexistencia de un combate directo entre dios y Satanás. El ángel rebelde no podía ignorar esto, una fuerza, por grande que sea, no tiene oportunidad ante la fuerza infinita. Una empresa cuya finalidad era el destierro de dios sería una locura absurda, una prueba de demencia increíble. Pero, continúa el teólogo florentino, no así si el detonante de los celos fuera Adán, esa criatura distanciada de los ángeles solo por grados de imperfección.

Una teoría alternativa (desgraciadamente no aceptada por los cánones) a la de la Soberbia es rescatada por Papinni, la cual data del siglo VI.

La culpa de Satanás no fue justamente el orgullo, la pretensión de igualarse a Dios, sino el dolor de no haber sido designado por el Padre como instrumento de la encarnación del Verbo, o sea, como futuro Cristo.

La postura de algunos teólogos sostiene que dios ya había revelado a los ángeles su intención de manifestar su amor enviando un Hijo a la tierra. Al escuchar esto, Lucifer, quien se sabía la criatura más alta y perfecta, no hizo sino manifestar su cólera e indignación al enterarse que esto se llevaría a cabo mediante la unión del Verbo con una criatura humana. Dios prefería unirse a una criatura menos perfecta que Lucifer, de ese odio, de ese resentimiento le surgió la idea de la rebelión.

Bajo esta interpretación, Satanás no quería reemplazar a dios. De todos sus ángeles él era el que más deseaba unírsele íntimamente, por breve tiempo… no se contraponía a sus designios, quería participar en ellos. Esta teoría pues…convierte a Satanás, más que en un rebelde, en un enamorado desilusionado y celoso por no haber sido elegido por Dios, a pesar de su alta perfección para ser la segunda naturaleza de Cristo.

Las consecuencias de ésta desilusión son por todos conocidas: la expulsión del paraíso y la condena de Satanás junto con la tercera parte de las legiones del cielo. Es en este punto donde regreso a la formulación inicial, ¿cómo esta teoría lleva a Papinni a conjeturar un gran sufrimiento padecido por dios? ¿Y no solo grande, sino infinito?

La respuesta está quizá en la forma cristiana de concebir el amor: Si Dios es amor, debe ser necesariamente dolor. Aunque el amor descrito por Papinni sea un tanto distinto, no el de la tradición romántica donde el amante sufre por no ser correspondido, sino por la pena y sufrimiento del amado. Dios ha estado ya en agonía desde el principio de los tiempos, la vida de dios como la de los hombres, es tragedia. Esta última radica en la reversión de la condena a Satanás, la cual todos concuerdan en que es justa, pero, como bien lo señala nuestro teólogo: ¿ha habido nadie que haya pensado que esta condena haya sido al mismo tiempo condena de Dios al dolor?

Al condenar a Satanás a la sombra, al privarlo de la luz, dios está queriendo decir que por toda la eternidad el ángel rebelde no volverá a experimentar su cálida presencia, la presencia del amor. En contraparte solo experimentará odio a causa de ésta fractura acaecida en su corazón. Al condenarlo, en realidad dios crea a un ser incapaz de amor alguno, y por ende, de bondad. Condenado queda él mismo también: dios ama sin ser amado. Imposibilitado para la unión perfecta con el más iluminado de sus ángeles, con el único hijo incapaz de amarlo muy a pesar de que como padre dios lo amará eternamente. Tragedia honda por cuanto dios mismo es el causante de que el amado no le corresponda. Este dolor es alcanzable para nuestra imaginación al leer:

El amor, hasta en el hombre, lleva en sus impulsos más sublimes a amar al que sufre, aunque sea por nuestra culpa. ¿Qué no ocurrirá en el corazón de Dios?

Dios no puede salvar a Satanás, éste último no puede hacerlo por sí mismo porque carece de un único y puro impulso de amor para alcanzar nuevamente el vuelo desde el abismo de abajo. Y es aquí donde viene la propuesta más radical de Papinni: Es el hombre el único salvador de Satanás, aunque no lo sabe, no lo recuerda o no quiere. Mientras que el cristianismo se ha encargado de condenar a Satanás por ser el gran tentador, el gran seductor, Papinni culpa al hombre y a toda la tradición cristiana de no haber sido lo suficientemente cristianos con el Diablo. Incluso, para darnos una idea del amor desesperado de dios hacia su ángel caído, continúa conjeturando: Tal vez una de las razones que indujeron a Dios a crear al hombre, después de la caída de Lucifer, fue la esperanza de la redención de Satanás.

Dejemos aquí este punto, para abordar en un segundo número una consecuencia fatídica no mencionada por Papinni en su libro, pero que seguro es una de las razones por las cuales esta bellísima y osada interpretación no encontró cabida en la tradición, a saber, que dios es, en última instancia, el padre del mal.

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